martes, 14 de mayo de 2019

El móvil cochambre


Mi propuesta es muy sencilla. Y además muy cochambrosa. Creo que los teléfonos móviles, también llamados celulares, deberían incorporar pantallas de tinta electrónica. Es el tipo de pantalla que podemos encontrar en los libros electrónicos. Cualquier persona que haya utilizado uno de estos artefactos podría pensar que emplear una tecnología tan limitada en un teléfono inteligente supondría dar varios pasos en la dirección incorrecta, es decir, hacia atrás. Pero creo que en este caso, cuando nos acercamos al abismo, hacia atrás es la única dirección sensata. ¿Por qué debería tener un teléfono móvil una pantalla de tinta electrónica?

- Porque, a diferencia de las pantallas LED, las pantallas de tinta electrónica no están retroiluminadas. La exposición prolongada a la radiación emitida por las pantallas retroiluminadas es perjudicial para nuestros ojos. En especial cuando se trata de dispositivos como los teléfonos inteligentes y las tabletas electrónicas que utilizamos a corta distancia durante largos periodos.

- Porque las pantallas de tinta electrónica sólo consumen energía cuando cambian de imagen. Por ejemplo, un libro electrónico no consume energía mientras muestra un texto o una imagen, sólo cuando cambia de página. Éste es el motivo por el cual la batería de un dispositivo con tinta electrónica tarda mucho más en descargarse que uno equivalente con una pantalla LED. Teniendo en cuenta que el número total de teléfonos móviles en el planeta ha superado recientemente el número total de sus habitantes humanos, el cambio de pantalla supondría un ahorro gigantesco de energía pero, además, podría desencadenar un cambio de paradigma en el consumo de información.

Los smartphones actuales nos incitan a la interacción permanente. Al montar en bicicleta, si dejas de pedalear te caes. Del mismo modo, si la interacción cesa un momento la pantalla del móvil se apaga, interrumpiendo el suministro de estímulos y recompensas. No existe lugar para la pausa o la reflexión, las aplicaciones que utilizamos canalizan un flujo frenético de información que se actualiza continuamente, nada permanece por mucho tiempo en la pantalla. Estas corrientes de datos sólo transportan pequeñas unidades de información que son consumidas y olvidadas inmediatamente antes de ser reemplazadas. Las ideas son apenas apuntadas o esbozadas en forma de titulares e imágenes, no existe espacio ni tiempo para desarrollarlas.

Un teléfono que permitiera mostrar en pantalla un texto durante un tiempo indefinido (sin consumir batería y sin machacarte la vista) podría cambiar el paradigma asfixiante del consumo de información, facilitando la difusión y el análisis de conocimientos más extensos y complejos.

- Porque las pantallas de tinta electrónica no pueden reproducir imágenes en color ni vídeos (por ahora). Los colores empleados en muchas aplicaciones móviles son seleccionados con técnicas de neuromarketing para captar la atención y generar respuestas emocionales. Tristan Harris es un experto en estos temas que, tras abandonar Google, creó una organización dedicada a fomentar el uso responsable de la tecnología. Según Harris, limitar la gama de colores de un móvil a la escala de grises puede reducir significativamente la adicción a este tipo de dispositivos.

Estas limitaciones gráficas propiciarían la prevalencia del texto sobre la imagen en los nuevos móviles, favoreciendo el retorno al lenguaje simbólico en una sociedad dominada por el culto a la imagen. Los gráficos estáticos en escala de grises serían especialmente inapropiados para el uso de plataformas sociales basadas en la exposición intensiva de fotografías y vídeos personales, como Facebook, Instagram o Snapchat, o para la difusión y el consumo compulsivo de pornografía. En cambio permitirían ilustrar y enriquecer los textos con dibujos, esquemas y diagramas. En un mundo tecnológico en el que el diseño de interfaces atractivas se impone a la sencillez y el buen funcionamiento este tipo de involuciones estéticas podrían resultar providenciales.

- Porque permitirían reducir el consumo de papel. Porque las nuevas pantallas serían visibles a pleno sol. Porque si utilizamos artefactos más lentos, apacibles, ilustrados y humildes quizás acabemos pareciéndonos un poco a ellos. Pero, sobre todo, porque es una idea tan absurda, descabellada y cochambrosa que merece la pena tenerla en cuenta.

martes, 30 de abril de 2019

Consejos para fracasar con su blog


En ocasiones, conseguir un rotundo fracaso puede resultar más difícil de lo que esperamos. Cuando nos enfrentamos con una tarea tan complicada nunca viene mal un poco de ayuda. Estos consejos pueden resultar de utilidad para todos aquellos que quieran convertir su blog en todo un fracaso. A mí me han funcionado:

1. No se especialice en nada. Los blogs especializados en algún tema concreto suelen tener más éxito. Lo ideal es dedicar un artículo a la política, otro a la programación y el siguiente a los fandangos para desorientar a los potenciales lectores.

2. Sea muy árido. Algo que siempre funciona es publicar textos muy largos sin imágenes, vídeos, enlaces ni otros aderezos. También suelen resultar desalentadores para el lector algunos recursos retóricos como las digresiones, las elipsis o la profusión de frases subordinadas y prolijas.

3. Prescinda de las redes sociales. Promocionar el blog a través de estas herramientas es peligroso, puede conducir al éxito. Lo ideal es no estar registrado en Twitter, Facebook ni Instagram para evitar tentaciones.

4. Periódicamente, sondee los medios de comunicación para detectar los temas más populares. Esto le permitirá evitar las tendencias que susciten más interés. Seguir los blogs de moda también puede resultar útil para no repetir los errores que les condujeron al éxito. En mi caso, siempre apuesto sobre seguro, eligiendo temas soporíferos e indigestos como la libertad, el teatro, la melancolía o el fracaso.

5. Narre con profusión de detalles los más insípidos episodios de su infancia. Si este tipo de relatos nos resultan aburridos a nosotros mismos, imagínese a los demás.

6. Apueste por la contradicción. Elaborar un discurso claro y coherente puede contribuir a que sus artículos sean entendidos y compartidos. Por ejemplo, realice una larga exposición sobre los efectos catastróficos del automóvil y, a continuación, declárese un apasionado de los coches.

7. Siempre que tenga ocasión, introduzca en sus textos aceradas críticas a las nuevas tecnologías, internet y las redes sociales. Manifieste su melancólica inclinación por tecnologías obsoletas como el teletexto. Proyectar una imagen de anacrónico reaccionario puede desalentar a sus seguidores más pertinaces.

8. Siembre el caos y cultive la entropía. De vez en cuando introduzca elementos absurdos como un poema dedicado a un helado o el código fuente de un programa informático. Elabore imágenes extrañas y promueva la escatología.

9. Utilice un tono impersonal en sus textos. Nunca se dirija a los potenciales lectores y evite, en lo posible, el empleo de la segunda persona. No fomente la aparición de comentarios. Establecer con los usuarios una relación de complicidad puede conducir a conceptos tan desagradables como la fidelización.

10. Elija con cuidado los títulos de sus entradas. Utilice títulos poco atractivos y vagamente descriptivos. Si los usuarios detectan algún atisbo de interés o beneficio en el título es posible que lleguen a leer la entrada. Pocas personas se animarían a leer algo titulado “Tributo a la lealtad del poto”, “Los niños solipsistas" o “Ideología y Estado”.

11. Persevere. Muchos creadores de blogs desisten cuando se dan cuenta de que están predicando en el desierto. El fracaso debe ser una motivación para seguir adelante.

12. Elabore una lista de consejos para que otros blogueros sigan su ejemplo.

martes, 16 de abril de 2019

Díptico apocalíptico

Aún conservo la hoja de papel que me regaló, hace unos años, un niño bastante enigmático. En cada cara de la hoja hay un dibujo. Se trata de un curioso díptico, una especie de novela gráfica compuesta por dos únicas viñetas.


En la primera, un intrépido esquiador, ataviado con gorro y bufanda, se desliza por la pendiente de una ladera nevada que resulta ser la frente de un extraño personaje. Al pie de la montaña un simpático muñeco de nieve dirige al esquiador mensajes de aliento: "¡Viva, venga!", "¡Tú puedes!". El observador atento entenderá que se trata de algún tipo de competición, pues a lo lejos se vislumbra la pancarta de meta.


Al girar la hoja de papel y contemplar el segundo dibujo, nos enfrentamos a un desenlace inesperado. Aunque pueden ser varias las interpretaciones, la mayoría de las personas que han contemplado la escena comparten una visión similar de los acontecimientos representados. Al continuar con su trayectoria descendente, el esquiador ha sido atrapado por el muñeco de nieve que, a pesar de sus palabras anteriores, ha resultado ser un personaje bastante siniestro. El esquiador, aterrado, apela a su progenitora ("¡Mamá, mamá!") y profiere lamentos plañideros ("¡Bua, bua, bua!").

No obstante, quedan algunos interrongantes sin una respuesta clara: ¿por qué la montaña nevada cierra los ojos y saca la lengua?, ¿puede que su papel en el fatal desenlace no sea tan pasivo como parece?, ¿el esquiador llora porque está siendo agredido o porque siente miedo?, ¿es posible que el muñeco de nieve no sea un agresor sino la víctima de la imprudencia o la falta de pericia del esquiador?

Sólo el pequeño artista lo supo.

martes, 9 de abril de 2019

Fracaso sentimental estimado


De ésto hace ya mucho tiempo. Mis compañeros de trabajo querían organizar una fiesta y, finalmente, me habían convencido para que se celebrara en mi casa. Tras varias negativas por mi parte, uno de ellos había sabido pulsar la tecla adecuada: me aseguró que la chica que me gustaba, una de nuestras compañeras menos atractivas, acudiría a la fiesta. Debido a mi carácter algo misántropo, aquella noche me encontraba fuera de lugar. Los demás, incluso algunas personas que apenas conocía, parecían encajar mejor que yo en mi propio entorno. La escena me producía cierta extrañeza, como si dos realidades incompatibles comenzaran a mezclarse.

Pero, a pesar de todo, la chica había venido. Y quiso la fortuna que estuviera sentada precisamente en el extremo de un sofá junto a un mueble que albergaba, precisamente, cierta colección de biografías. Eso me puso más nervioso porque la chica poseía cierta cultura y parecía natural que se interesara por aquellos libros. Comenzó a revisar las estanterías, leyendo los nombres de los personajes históricos escritos en los lomos. La colección estaba integrada por 57 volúmenes, pero ella escogió uno y sólo uno, lo extrajo del mueble y entonces se me heló la sangre.

Todos tenemos algunos objetos malditos, algunos secretos inconfesables. Había cierta foto mía que no quería enseñar a nadie. Era el retrato de un idiota, el rostro impenetrable de un ser estupefacto, el mapa de la estulticia humana... y unos meses atrás, con la intención de confinarla en un lugar seguro donde no pudiera hacer daño a nadie, la escondí dentro de uno de aquellos libros, un volumen escogido aleatoriamente. Y me olvidé del asunto. Hasta que la última persona del mundo a la que le habría mostrado esa foto abrió aquel libro presisamente por cierta página y la encontró allí. El hallazgo fue celebrado con alborozo y la foto pasó de mano en mano provocando estupor e hilaridad entre los presentes, mientras yo me consumía en el altar de mi desesperación.

No recuerdo el título del libro. Lo más adecuado habría sido la biografía de algún personaje atormentado como el escritor checo Franz Kafka o, mejor aún, la del filósofo alemán Friedrich Nietzsche que, ironías del destino, según parece, murió de sífilis a pesar de ser virgen. Ambas biografías formaban parte de la colección.

En realidad, lo que más me atormentaba es que se trataba de un suceso altamente improbable, un acontecimiento extraño y remoto. En el salón en el que nos encontrábamos había otros libros y objetos que podrían haber captado la atención de la chica. Si se hubiera sentado en otra zona es posible que nunca se hubiera fijado en la colección de biografías. Aún así, dicha colección contenía 57 volúmenes, e incluso en el caso de tomar el volumen indicado podría no haberlo abierto por la página en la que se encontraba la fotografía. La probabilidad estimada del suceso podría calcularse así:

P = PC x PL x PF

Lo que significa que la probabilidad de que la chica encontrase la foto podría calcularse como la intersección de tres sucesos, es decir, el producto de sus probabilidades:

PC: la probabilidad de que se fijara en la colección de biografías.

PL: la probabilidad de que extrajera el libro en cuestión.

PF: la probabilidad de que abriera el libro por la página de la foto.

Si estimamos que: PC=1/7, PL=1/57 y PF=1/3, entonces la probabilidad estimada del hallazgo sería:

P = 1/7 x  1/57 x 1/3 = 0,0008

Es decir que, en teoría, habría sido necesario celebrar más de mil fiestas para que el fatídico incidente se hubiera producido en una sola ocasión.

En los últimos años, la frustración generalizada ante el fracaso sentimental y sexual ha conducido a algunos hombres a formar comunidades INCEL. Se trata de un fenómeno inquietante, surgido en foros de internet cuyos miembros dan rienda suelta a su resentimiento y culpan a las mujeres de todos sus problemas y de los males del mundo. Los INCEL, célibes involuntarios, son hombres que al ser rechazados repetidamente, se ven obligados a mantener largos periodos de abstinencia sexual y afectiva. La cosa suele degenerar en misoginia, fantasías violentas, amenazas y, en algunas ocasiones, en agresiones reales.

En mi opinión, la intolerancia a la frustración, un rasgo característico de nuestro tiempo, impide a muchas personas interpretar correctamente este tipo de situaciones. El fracaso sentimental, al igual que otros fracasos, puede convertirse en una experiencia inspiradora con un enorme potencial creativo. Ser rechazado por la persona amada, o abandonado por la pareja, ha inspirado a grandes artistas y pensadores. Las personas rechazadas no conviven con personas de carne y hueso sino con fantasmas y seres idealizados. El amor correspondido suele conducir a la distracción, la molicie sentimental y la autocomplacencia, mientras que el desamor alimenta el sentimiento trágico de la vida y la búsqueda de la trascendencia.

Pero tengo que reconocer que aquella noche fatídica, en aquel escenario improbable, ninguna de estas reflexiones me habría consolado demasiado.

martes, 19 de marzo de 2019

El bucle melancólico


A menudo me sorprende no estar demasiado deprimido. Me sorprende tanto que en mi intento por buscar una explicación verosímil he acabado formulando una hipótesis. No es más que pura especulación, que nadie me haga demasiado caso.

Cuando una persona comienza a sentirse triste o abatida por algún motivo, generalmente expone su situación ante sus familiares o amigos en busca de consuelo. Si la situación persiste y la persona no encuentra la respuesta esperada, la dosis necesaria de compasión, se sentirá aún más desamparada lo que la conducirá a realizar nuevas demandas de compasión, es decir, a seguir lamentándose. Esta insistencia, a su vez, provocará una respuesta más apática y fría por parte de su entorno afectivo, cuyos miembros comenzarán a sentirse cansados y escépticos ante tales muestras de aflicción y a restar importancia a sus problemas.

Se establece así un círculo vicioso, un proceso de amplificación, una especie de bucle melancólico: la tristeza conduce al lamento y la demanda de compasión, cuanto más se lamenta menos compasión obtiene el sujeto, lo que le hace sentirse más triste y lamentarse todavía más. Este proceso puede empezar con pequeños problemas y terminar con una depresión.

Yo podría meterme en estos bucles con facilidad, pues los pequeños sinsabores cotidianos me afectan más de lo que sería deseable, conduciéndome al patetismo y la penuria. Supongo que me viene de familia, mi padre era conocido entre sus compañeros de trabajo como "El Lágrima", por su tendencia al lamento plañidero. Pero, por suerte, en mi caso, siempre puedo contar con cierta persona para romper el proceso. Porque cuando le expongo mi aflicción por algún problema, por ridículo e insignificante que sea, siempre se muestra comprensiva conmigo y me consuela con un "pobrecito". Es una especie de camello emocional, que me proporciona mis dosis de compasión. Si le cuento que alguien me ha tratado mal o ha sido mínimamente injusto conmigo, le destina los peores insultos: "qué hijo de la gran p...", "qué cerda más grande", etcétera.

Este nivel de empatía, de sintonía emocional extrema, de compasión, en definitiva, resulta tan abrumador que me ayuda a calibrar mi percepción de la realidad: quizás mis problemas no eran tan terribles como había pensado, quizás esas personas tenían algún buen motivo para comportarse así conmigo... Y de este modo, gracias a ella, puedo liberarme del lazo melancólico.

Hoy en día la compasión tiene mala prensa. Nadie quiere darla y menos recibirla. La hemos reemplazado por otros conceptos más tibios como la tolerancia o la solidaridad. Pero sólo la compasión puede romper los bucles infinitos de la tristeza.

martes, 12 de marzo de 2019

Música onírica

En 2001 la banda estadounidense de rock Maudlin of the Well publicó dos albumes gemelos: “Bath” y “Leaving your body map”. Estos discos abordan distintos estilos musicales aparentemente incompatibles como el rock progresivo, el jazz, la música melódica o el doom metal. Los miembros de la banda afirman que estos discos fueron creados durante sesiones de sueños lúcidos. La música no era compuesta sino, según sus propias palabras, “encontrada y traída de vuelta”.

En los sueños lúcidos la persona que sueña es consciente de estar soñando. Pueden surgir en la fase paradójica del sueño de forma espontánea o ser inducidos y controlados mediante la práctica. En 1975 se obtuvieron las primeras evidencias científicas de la existencia de sueño consciente. Durante un experimento realizado en el Reino Unido, el científico Keith Hearne registró una secuencia de movimientos oculares, previamente acordada, en un sujeto dormido.

martes, 5 de marzo de 2019

El sendero dorado


El Proyecto Genoma Humano se inició en 1990 y contaba con la financiación del gobierno estadounidense. La finalidad de esta investigación científica era determinar la secuencia genética de la especie humana. Varios equipos de genetistas participaron en este proyecto público coordinado por James Watson, uno de los descubridores de la molécula de ADN.

Pero varios años después una empresa privada, Celera Genomics, comenzó una investigación paralela con la intención de patentar sus hallazgos y hacerse con los derechos comerciales derivados. Celera Genomics contaba con más fondos y capacidad de computación, con lo que adelantó al proyecto público rápidamente y comenzó a patentar secuencias de ADN. Para entonces, el Proyecto Genoma Humano ya era un consorcio internacional dirigido por Francis Collins y comenzó a publicar diariamente sus datos en internet para que fueran de dominio público.

En 1999 el PGH había identificado multitud de secuencias de ADN pero no sabía cómo ensamblarlas. En ese momento Celera Genomics anunció que estaría en disposición de publicar sus resultados en el año 2000 y empezó a cundir el pánico en el consorcio público. En diciembre de 1999 el Proyecto Genoma Humano encargó al profesor David Haussler la creación de un programa informático que permitiera unir las secuencias de ADN. La elaboración del programa avanzaba muy lentamente cuando Haussler habló del proyecto con uno de sus estudiantes, James Kent, un hombre con 41 años que había decidido volver a estudiar tras diez años trabajando en el sector multimedia.

Kent descubrió una nueva estrategia para abordar el problema pero apenas quedaba tiempo. El programa que elaboró James Kent, "El sendero dorado", estaba compuesto por 10000 líneas de código. Según Haussler, para desarrollar una obra maestra de la programación de esa envergadura habría sido necesario un equipo de cinco o diez programadores trabajando durante seis meses o un año. Kent lo consiguió trabajando en solitario durante día y noche con las muñecas destrozadas en cuatro semanas. Finalmente, el Proyecto Genoma Humano consiguió publicar sus resultados tres días antes que Celera Genomics evitando que nuestro código genético fuera patentado y comercializado por empresas privadas.

Descubrí este episodio de la historia en un libro fascinante e inclasificable que el físico austríaco Fritjof Capra público en 2001. "Las conexiones ocultas" aborda distintos asuntos relacionados con la biología, la filosofía, la sociología o la economía desde el punto de vista de la teoría de la complejidad.

martes, 26 de febrero de 2019

Los portadores del pollo sagrado


Hace unos días me llamó mi amigo Gabriel. Me dijo que tenía la intención de hacerme una visita aquella tarde, después de ver "Servir y proteger". Pero se presentó a la hora de comer, mucho antes de lo previsto y, aunque en su visita anterior le había dado un ultimátum, al final acabamos viendo "Servir y proteger", una vez más, mientras comíamos algo. Porque Gabriel, siempre generoso, había aparecido con varias bolsas del Dia repletas de fruslerías y un pollo asado bastante reseco que apenas probamos. Gabriel se pasa las horas en los supermercados consultando la información nutricional de los productos, el contenido de azúcar, las grasas saturadas, pero lo que suele comprar es comida precocinada grasienta, chucherías y dulces, motivo por el cual su aspecto es cada vez más piramidal.

"Servir y proteger" es una serie de ficción que narra las peripecias de una serie de policías que trabajan en una comisaría de barrio (mujeres en su mayoría) y una serie de malhechores (en su mayoría hombres) poniendo el foco más en las interacciones sentimentales entre ambos colectivos que en la persecución del crimen y la aplicación de la ley que parecen sugerir su título, pues, al fin y al cabo, se trata de una telenovela. Una vez terminado el capítulo de "Servir y proteger", que se hizo eterno, Gabriel manifestó su intención de marcharse enseguida.

Un compañero traslada diariamente en coche a Gabriel desde un punto cercano a su casa hasta el lugar en el que ambos trabajan. Pero aquella mañana el compañero de Gabriel había sido denunciado por su pareja de hecho (una ciudadana rumana) y como consecuencia había sido conducido por la policía (la de verdad, no la servil y protectora) a los calabozos de unas dependencias policiales. De manera que Gabriel se quedó sin medio de transporte y se vio obligado a desplazarse aquella mañana hasta la casa de su hermano para tomar prestado el coche de éste y alcanzar su destino con casi tres horas de retraso, lo que le valió la amonestación verbal de un superior.

En realidad Gabriel tiene su propio coche, la versión más deportiva y amarilla de un pequeño utilitario, que adquirió de segunda mano por consejo de un compañero que le aseguró que se trataba de un chollo. Para empezar, los neumáticos del coche estaban realmente deteriorados, pero al tratarse de neumáticos deportivos de perfil bajo, el precio de un juego nuevo estaba fuera del alcance de Gabriel y no pudo sustituirlos. Poco tiempo después de adquirirlo le abrieron el coche y le sustrajeron los asientos deportivos tipo semibaquet, cuyo coste era tan elevado que no pudo reemplazarlos por los originales sino por los asientos de un modelo anterior que compró en un desguace y que, naturalmente, no encajaban correctamente en su coche y que, además, le impedían abrocharse el cinturón de seguridad. A estas circunstancias, que habían convertido el vehículo en una especie de trampa mortal, se añadió una seria avería del motor que finalmente indujo a mi amigo a buscar transportes alternativos.

El caso es que después de disfrutar con fervor religioso de un nuevo capítulo de "Servir y proteger", Gabriel debía abandonar mi hogar para devolverle el coche a su hermano, puesto que, aunque dicho hermano no utilizaba el vehículo para desplazarse a su puesto de trabajo, sí lo necesitaría en breve para recoger a su esposa (una ciudadana peruana) en un lugar no especificado por Gabriel, que en lo tocante a su cuñada, suele mostrarse poco comunicativo. Los avatares sentimentales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado combinados con una comida más bien indigesta me habían dejado una sensación de estancamiento físico y emocional que me hizo considerar la posibilidad de abandonar momentáneamente la seguridad intrauterina del hogar y mi sedentarismo habitual para dar una vuelta con Gabriel hasta el lugar donde había aparcado el coche de su hermano.

Como pronto estaría de vuelta no me molesté en cambiarme, simplemente me puse el abrigo sobre la ropa de estar en casa, un conjunto raído y abigarrado que me daba el aspecto de un indigente expresionista y abstracto. Cuando llegamos al coche después de un rodeo para estirar las piernas, Gabriel me propuso acompañarlo hasta la casa de su hermano. En principio me negué rotundamente porque me daba vergüenza presentarme de aquella guisa ante su hermano y su cuñada, pero Gabriel me aseguró que no los veríamos, que simplemente dejaríamos el coche aparcado y, como la casa no estaba muy lejos, podríamos volver andando. Gabriel despejó el asiento del copiloto que estaba lleno de objetos indescifrables y me acomodé a su lado con los pies sobre un bidón de anticongelante.

Durante el trayecto perdí un poco la noción del tiempo y el espacio, nos metimos en un atasco, a esa hora la gente volvía del trabajo, y luego nos desviamos por unas calles desiertas. No sabía muy bien donde estaba, pero seguramente, a juzgar por el tiempo que llevábamos en el coche, demasiado lejos para volver a pie. El anticongelante no paró de chapotear dentro de su recipiente hasta que finalmente nos detuvimos frente a una cancela. Accedimos a un aparcamiento subterráneo y abandonamos el coche a su suerte después de extraer las bolsas de comida de Gabriel, que aún contenían el pollo reseco junto con otros alimentos basura y una bolsa adicional con herramientas para el automóvil que me ofrecí a transportar.

Desde el aparcamiento se accedía por un ascensor hasta la salida principal del edificio donde nos encontramos con algunos vecinos que se nos quedaron mirando. Supongo que ver salir de su edificio a dos hombres desconocidos (con nuestro aspecto) y cargados de bolsas no les inspiró demasiada confianza. A mi estrafalario y cochambroso atuendo había que sumar la imagen de Gabriel, que suele vestir ropas oscuras y holgadas para disimular su cuerpo piramidal, aderezándolas con insólitos complementos como gorras y riñoneras, lo que le confiere el aspecto de alguien que oculta algo. Nos alejamos de allí y recorrimos unas avenidas muy amplias que conectaban con algunos edificios de oficinas. A esas horas de la tarde el lugar estaba desolado, no nos cruzamos con nadie por las aceras aunque junto a ellas, en los coches aparcados, vimos algunos hombres sentados tras el volante, inmóviles.

Como no sabía donde estábamos me límité a seguir a Gabriel que aseguraba conocer el camino de vuelta. Llegamos a una especie de autovía y remontamos su curso por una camino lateral. Era una larga pendiente que nos llevó mucho tiempo recorrer con nuestras herramientas, la comida y el pollo al paso cansino de Gabriel. Los pasajeros de los autobuses verdes que conectan la ciudad con el extrarradio miraban con curiosidad nuestra extraña procesión vespertina mientras el sol comenzaba a declinar haciendo más irreal la escena.

Atravesamos varios puentes sobre los trenes de cercanías y las fábricas abandonadas, hasta llegar a una especie de polígono industrial donde encontramos varios concesionarios de coches, un cementerio de camiones de la basura y una estación de transformadores eléctricos. El trayecto terminaba en un camino de tierra que rodeaba un parque desierto describiendo una amplia curva que desembocaba en un paso elevado sobre una gran autopista. Al cruzar el estrecho puente de pronto se hizo de noche y Gabriel reconoció que estábamos perdidos.

El teléfono móvil de Gabriel se había apagado espontáneamente después de hacer una foto, con la batería agotada, en un punto de nuestro camino, y el mío se había quedado en casa. Decidimos avanzar entre los edificios en una dirección que consideramos aproximadamente paralela a la autopista que pronto perdimos de vista. Cuanto más andábamos más oscuras parecían las calles, algunos lugares me resultaban remotamente familiares, como si los hubiera visto hace mucho tiempo o en algún sueño.

Después de un largo trayecto (llevábamos horas andando y Gabriel no podía más) las calles desembocaron en un camino de tierra que atravesaba un descampado. Allí nos cruzamos con varias mujeres vestidas de negro y tras unos minutos llegamos a una oscura travesía en forma de arco que bordeaba la zona posterior de un polideportivo fantasmal y que nos condujo, finalmente, de vuelta a la civilización, con nuestro pollo.