martes, 19 de marzo de 2019

El bucle melancólico


A menudo me sorprende no estar demasiado deprimido. Me sorprende tanto que en mi intento por buscar una explicación verosímil he acabado formulando una hipótesis. No es más que pura especulación, que nadie me haga demasiado caso.

Cuando una persona comienza a sentirse triste o abatida por algún motivo, generalmente expone su situación ante sus familiares o amigos en busca de consuelo. Si la situación persiste y la persona no encuentra la respuesta esperada, la dosis necesaria de compasión, se sentirá aún más desamparada lo que la conducirá a realizar nuevas demandas de compasión, es decir, a seguir lamentándose. Esta insistencia, a su vez, provocará una respuesta más apática y fría por parte de su entorno afectivo, cuyos miembros comenzarán a sentirse cansados y escépticos ante tales muestras de aflicción y a restar importancia a sus problemas.

Se establece así un círculo vicioso, un proceso de amplificación, una especie de bucle melancólico: la tristeza conduce al lamento y la demanda de compasión, cuanto más se lamenta menos compasión obtiene el sujeto, lo que le hace sentirse más triste y lamentarse todavía más. Este proceso puede empezar con pequeños problemas y terminar con una depresión.

Yo podría meterme en estos bucles con facilidad, pues los pequeños sinsabores cotidianos me afectan más de lo que sería deseable, conduciéndome al patetismo y la penuria. Supongo que me viene de familia, mi padre era conocido entre sus compañeros de trabajo como "El Lágrima", por su tendencia al lamento plañidero. Pero, por suerte, en mi caso, siempre puedo contar con cierta persona para romper el proceso. Porque cuando le expongo mi aflicción por algún problema, por ridículo e insignificante que sea, siempre se muestra comprensiva conmigo y me consuela con un "pobrecito". Es una especie de camello emocional, que me proporciona mis dosis de compasión. Si le cuento que alguien me ha tratado mal o ha sido mínimamente injusto conmigo, le destina los peores insultos: "qué hijo de la gran p...", "qué cerda más grande", etcétera.

Este nivel de empatía, de sintonía emocional extrema, de compasión, en definitiva, resulta tan abrumador que me ayuda a calibrar mi percepción de la realidad: quizás mis problemas no eran tan terribles como había pensado, quizás esas personas tenían algún buen motivo para comportarse así conmigo... Y de este modo, gracias a ella, puedo liberarme del lazo melancólico.

Hoy en día la compasión tiene mala prensa. Nadie quiere darla y menos recibirla. La hemos reemplazado por otros conceptos más tibios como la tolerancia o la solidaridad. Pero sólo la compasión puede romper los bucles infinitos de la tristeza.

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