martes, 26 de febrero de 2019

Los portadores del pollo sagrado


Hace unos días me llamó mi amigo Gabriel. Me dijo que tenía la intención de hacerme una visita aquella tarde, después de ver "Servir y proteger". Pero se presentó a la hora de comer, mucho antes de lo previsto y, aunque en su visita anterior le había dado un ultimátum, al final acabamos viendo "Servir y proteger", una vez más, mientras comíamos algo. Porque Gabriel, siempre generoso, había aparecido con varias bolsas del Dia repletas de fruslerías y un pollo asado bastante reseco que apenas probamos. Gabriel se pasa las horas en los supermercados consultando la información nutricional de los productos, el contenido de azúcar, las grasas saturadas, pero lo que suele comprar es comida precocinada grasienta, chucherías y dulces, motivo por el cual su aspecto es cada vez más piramidal.

"Servir y proteger" es una serie de ficción que narra las peripecias de una serie de policías que trabajan en una comisaría de barrio (mujeres en su mayoría) y una serie de malhechores (en su mayoría hombres) poniendo el foco más en las interacciones sentimentales entre ambos colectivos que en la persecución del crimen y la aplicación de la ley que parecen sugerir su título, pues, al fin y al cabo, se trata de una telenovela. Una vez terminado el capítulo de "Servir y proteger", que se hizo eterno, Gabriel manifestó su intención de marcharse enseguida.

Un compañero traslada diariamente en coche a Gabriel desde un punto cercano a su casa hasta el lugar en el que ambos trabajan. Pero aquella mañana el compañero de Gabriel había sido denunciado por su pareja de hecho (una ciudadana rumana) y como consecuencia había sido conducido por la policía (la de verdad, no la servil y protectora) a los calabozos de unas dependencias policiales. De manera que Gabriel se quedó sin medio de transporte y se vio obligado a desplazarse aquella mañana hasta la casa de su hermano para tomar prestado el coche de éste y alcanzar su destino con casi tres horas de retraso, lo que le valió la amonestación verbal de un superior.

En realidad Gabriel tiene su propio coche, la versión más deportiva y amarilla de un pequeño utilitario, que adquirió de segunda mano por consejo de un compañero que le aseguró que se trataba de un chollo. Para empezar, los neumáticos del coche estaban realmente deteriorados, pero al tratarse de neumáticos deportivos de perfil bajo, el precio de un juego nuevo estaba fuera del alcance de Gabriel y no pudo sustituirlos. Poco tiempo después de adquirirlo le abrieron el coche y le sustrajeron los asientos deportivos tipo semibaquet, cuyo coste era tan elevado que no pudo reemplazarlos por los originales sino por los asientos de un modelo anterior que compró en un desguace y que, naturalmente, no encajaban correctamente en su coche y que, además, le impedían abrocharse el cinturón de seguridad. A estas circunstancias, que habían convertido el vehículo en una especie de trampa mortal, se añadió una seria avería del motor que finalmente indujo a mi amigo a buscar transportes alternativos.

El caso es que después de disfrutar con fervor religioso de un nuevo capítulo de "Servir y proteger", Gabriel debía abandonar mi hogar para devolverle el coche a su hermano, puesto que, aunque dicho hermano no utilizaba el vehículo para desplazarse a su puesto de trabajo, sí lo necesitaría en breve para recoger a su esposa (una ciudadana peruana) en un lugar no especificado por Gabriel, que en lo tocante a su cuñada, suele mostrarse poco comunicativo. Los avatares sentimentales de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado combinados con una comida más bien indigesta me habían dejado una sensación de estancamiento físico y emocional que me hizo considerar la posibilidad de abandonar momentáneamente la seguridad intrauterina del hogar y mi sedentarismo habitual para dar una vuelta con Gabriel hasta el lugar donde había aparcado el coche de su hermano.

Como pronto estaría de vuelta no me molesté en cambiarme, simplemente me puse el abrigo sobre la ropa de estar en casa, un conjunto raído y abigarrado que me daba el aspecto de un indigente expresionista y abstracto. Cuando llegamos al coche después de un rodeo para estirar las piernas, Gabriel me propuso acompañarlo hasta la casa de su hermano. En principio me negué rotundamente porque me daba vergüenza presentarme de aquella guisa ante su hermano y su cuñada, pero Gabriel me aseguró que no los veríamos, que simplemente dejaríamos el coche aparcado y, como la casa no estaba muy lejos, podríamos volver andando. Gabriel despejó el asiento del copiloto que estaba lleno de objetos indescifrables y me acomodé a su lado con los pies sobre un bidón de anticongelante.

Durante el trayecto perdí un poco la noción del tiempo y el espacio, nos metimos en un atasco, a esa hora la gente volvía del trabajo, y luego nos desviamos por unas calles desiertas. No sabía muy bien donde estaba, pero seguramente, a juzgar por el tiempo que llevábamos en el coche, demasiado lejos para volver a pie. El anticongelante no paró de chapotear dentro de su recipiente hasta que finalmente nos detuvimos frente a una cancela. Accedimos a un aparcamiento subterráneo y abandonamos el coche a su suerte después de extraer las bolsas de comida de Gabriel, que aún contenían el pollo reseco junto con otros alimentos basura y una bolsa adicional con herramientas para el automóvil que me ofrecí a transportar.

Desde el aparcamiento se accedía por un ascensor hasta la salida principal del edificio donde nos encontramos con algunos vecinos que se nos quedaron mirando. Supongo que ver salir de su edificio a dos hombres desconocidos (con nuestro aspecto) y cargados de bolsas no les inspiró demasiada confianza. A mi estrafalario y cochambroso atuendo había que sumar la imagen de Gabriel, que suele vestir ropas oscuras y holgadas para disimular su cuerpo piramidal, aderezándolas con insólitos complementos como gorras y riñoneras, lo que le confiere el aspecto de alguien que oculta algo. Nos alejamos de allí y recorrimos unas avenidas muy amplias que conectaban con algunos edificios de oficinas. A esas horas de la tarde el lugar estaba desolado, no nos cruzamos con nadie por las aceras aunque junto a ellas, en los coches aparcados, vimos algunos hombres sentados tras el volante, inmóviles.

Como no sabía donde estábamos me límité a seguir a Gabriel que aseguraba conocer el camino de vuelta. Llegamos a una especie de autovía y remontamos su curso por una camino lateral. Era una larga pendiente que nos llevó mucho tiempo recorrer con nuestras herramientas, la comida y el pollo al paso cansino de Gabriel. Los pasajeros de los autobuses verdes que conectan la ciudad con el extrarradio miraban con curiosidad nuestra extraña procesión vespertina mientras el sol comenzaba a declinar haciendo más irreal la escena.

Atravesamos varios puentes sobre los trenes de cercanías y las fábricas abandonadas, hasta llegar a una especie de polígono industrial donde encontramos varios concesionarios de coches, un cementerio de camiones de la basura y una estación de transformadores eléctricos. El trayecto terminaba en un camino de tierra que rodeaba un parque desierto describiendo una amplia curva que desembocaba en un paso elevado sobre una gran autopista. Al cruzar el estrecho puente de pronto se hizo de noche y Gabriel reconoció que estábamos perdidos.

El teléfono móvil de Gabriel se había apagado espontáneamente después de hacer una foto, con la batería agotada, en un punto de nuestro camino, y el mío se había quedado en casa. Decidimos avanzar entre los edificios en una dirección que consideramos aproximadamente paralela a la autopista que pronto perdimos de vista. Cuanto más andábamos más oscuras parecían las calles, algunos lugares me resultaban remotamente familiares, como si los hubiera visto hace mucho tiempo o en algún sueño.

Después de un largo trayecto (llevábamos horas andando y Gabriel no podía más) las calles desembocaron en un camino de tierra que atravesaba un descampado. Allí nos cruzamos con varias mujeres vestidas de negro y tras unos minutos llegamos a una oscura travesía en forma de arco que bordeaba la zona posterior de un polideportivo fantasmal y que nos condujo, finalmente, de vuelta a la civilización, con nuestro pollo.

martes, 19 de febrero de 2019

Debusismos bartoquianos

La Sonata para flauta, viola y arpa de Claude Debussy es, al menos para mí, la cumbre suprema de la música universal. Durante años asigné a Debussy todas las virtudes presumibles en el autor de una obra tan sublime: sensibilidad extrema, bondad, pureza de espíritu, santidad... Y durante algunos más evité deliberadamente indagar sobre la vida y milagros del genio francés para impedir que la imagen que me había formado de él quedara contaminada por la realidad. Más me hubiera valido continuar con esta sana costumbre, pues a menudo, nuestros héroes apenas resisten ese tipo de pruebas.

Y es que poco a poco, casi sin querer, me fueron llegando retazos de su verdadera personalidad. Claude Debussy era célebre por su mal genio, peor humor, carácter altivo, modales despóticos, o por su acusado elitismo... A menudo, menospreciaba, o directamente ridiculizaba la obra de sus colegas y predecesores. De Beethoven dijo: “antes que escuchar la Pastoral, prefiero ir a pasear al campo”. De Massenet: “es el compositor preferido de las costureras”. De Wagner: “¡ver vikingos con cuernos, pieles y lanzas vociferar en escena seis horas!”. De Saint-Saëns: “es el nombre mismo del sentimentalismo barato”. De Liszt: “un falso genio”. En otra persona estos aires de misántropo grandilocuente resultarían imperdonables, pero Claude Debussy había revolucionado el lenguaje musical, dejando atrás las formas acartonadas de su época. Su música fluye como un magma sonoro donde el color y los matices emocionales se imponen a la estructura.

La mayoría de los artistas aspiran a ser universales y llegar a un público lo más amplio posible. Debussy es una rara excepción: llegó a proponer a sus colegas que sólo se permitiera acceder a las salas de concierto a melómanos expertos que pudieran acreditar sus conocimientos musicales. Es como si temiera que un público vulgar pudiera malograr su obra. Huelga decir que nadie secundó esta propuesta.

El músico húngaro Bela Bartok es otro de mis héroes legendarios. Su sexto cuarteto de cuerdas representa para mí otra de las cumbres de la música universal. El libro "Historias de la Historia de la Música" de Lawrence Lindt recoge un curioso episodio que vincula a ambos genios. Cuando el joven Bartoc concluyó sus estudios consiguió una beca que le permitió visitar París. Allí le ofrecieron la posibilidad de conocer a Saint-Saëns. Pero Bartok la rechazó, sólo estaba interesado en conocer a Claude Debussy. Todos se lo desaconsejaron por el temido mal carácter del compositor francés. Cuando Bartok insistió le preguntaron "¿acaso desea usted ser insultado por Debussy?" Bartok se limitó a responder con un lacónico "Sí".

martes, 5 de febrero de 2019

La merienda del circulito 3

LA MERIENDA DEL CIRCULITO
Acto Tercero: Un castillo en Moldavia.


ESCENA 1
El salón del trono. La Reina, el Archiduque, Gallo, un siervo de la gleba y Culdina. Un cigarro.

(La Reina está sentada en su trono, fumando. Entra el Archiduque y hace una reverencia)

REINA: Déjate de pantomimas y habla de una vez.

ARCHIDUQUE: Majestad, un joven extranjero ha llegado a palacio. Se hace llamar Gallo y se está descomponiendo.

REINA: Pues hazlo pasar.

(Entra Gallo)

GALLO: (Tosiendo) Cómo fuma la condenada. (A la reina) Alteza... (hace una reverencia)

REINA: (Al Archiduque) Es bien parecido. Dejadnos a solas.

(Sale el Archiduque)

REINA: ¿De dónde venís, mancebo?

GALLO: De tierras lejanas, majestad. De la otra parte del mundo.

REINA: ¿Y que os trae por este reino de rufianes, donde el oprobio y la perfidia son moneda corriente?

GALLO: Vine siguiendo el humo de vuestro regio cigarro. Os rendiré pleitesía, mi reina, ¡he de postrarme ante vos!

REINA: Arrastraos hasta aquí.

GALLO: (Se arrastra a los pies de la reina) ¡Soy vuestro perrito, dejad que os lama el borceguí!

REINA: No os contentéis con tan poca cosa.

(Entra el Archiduque)

ARCHIDUQUE: Disculpe su Majestad.

REINA: Vos siempre importunándome. ¿Qué pasa ahora, Archiduque?

ARCHIDUQUE: Un siervo de la gleba insiste en veros.

REINA: Esto se anima. Que pase también.

(Entra el siervo)

SIERVO: Majestad, vengo a implorar vuestra indulgencia. Lo hemos perdido todo, el pedrisco arruinó la cosecha. Nuestras familias pasan hambre... No tendremos con qué pagar tantos tributos y los hombres del Archiduque nos hostigan.

ARCHIDUQUE: No callarás...

REINA: Decidme, bello extranjero, ¿qué debo hacer?

GALLO: En primer lugar doblad los impuestos. Luego azotad a este siervo de la gleba. Sería divertido arrojar pez hirviente sobre las llagas que el látigo abra en su piel. Quemad después su casa y perseguid a su familia.

REINA: (Al Archiduque) Hacedlo tal como ha dicho. No le ahorréis ningún tormento.

SIERVO: ¡Piedad, favor!

ARCHIDUQUE: Venid conmigo, el verdugo os enseñará a quejaros. Hola Parafina.

(Salen el archiduque y el siervo. Entra Culdina que, al cruzarse con el siervo, le propina una patada)

SIERVO: ¡Ay!

REINA: (A Gallo) Vuestra forma de hablar me ha enardecido. Os nombro general de todos mis ejércitos.

GALLO: (Aparte) ¿Qué estoy viendo?, ¿acaso es ella? Pero, no es posible, debo estar hechizado. (A la reina) Decidme, ¿quién es esa dama?

REINA: Presto habéis perdido el interés por vuestra reina. Se trata de Parafina, la prometida del Archiduque. Acercaos Parafina, os presento al señor Gallo. Es un joven impetuoso.

CULDINA: Un placer.

GALLO: Me recordáis mucho a otra dama, una que me rompió el corazón, allá en mi patria.

CULDINA: Me alegro mucho.

GALLO: ¿Cómo decís?

CULDINA: Que os enseñaré el castillo, venid. (Se apartan de la reina. En voz baja) Soy yo, mendrugo.

GALLO: ¡Culdina!

CULDINA: Baja la voz. ¿Qué haces aquí?

GALLO: Estoy en misión secreta al servicio del Deán. Debo recuperar ciertos documentos de vital importancia que se hallan en este castillo. De momento la reina me ha nombrado general. Y a ti, ¿qué te trae por Moldavia?

CULDINA: Me aburrí de Alfonso, era un pésimo músico. Luego conocí al Archiduque, pero Gallo...

GALLO: Dime Culdina.

CULDINA: Aún os amo.

GALLO: ¿Es posible?

CULDINA: Venid a mi alcoba esta noche y os lo demostraré. El Archiduque estará en la guerra. Pásate a media noche.

GALLO: Allí estaré sin falta, mi amor.



ESCENA 2
La alcoba de Culdina. Culdina, Gallo, el Archiduque, dos guardias y la Reina. Un vestido, dos lanzas, un candil, un cigarro, una llave inglesa.

(Culdina está en su aposento. Llaman a la puerta)

CULDINA: ¿Quién va?

GALLO: Soy Gallo.

(Culdina abre la puerta y entra Gallo)

CULDINA: Llegas tarde, estaba impaciente.

GALLO: He tenido que despistar a la Reina. Puede ser muy insistente. Ahora me estará buscando.

CULDINA: Pues no ha de encontrarte, ¡tómame en tus brazos!

GALLO: ¡Sea! (Toma en sus brazos a Culdina) ¿Me amas, cordera?

CULDINA: Siempre os quise bien. El Deán, con sus malas artes, me forzó a terminar lo nuestro, sabiendo que de ese modo aceptarías su encargo.

GALLO: El muy ladino...

CULDINA: Eso ya no importa, estamos juntos de nuevo y nada ha de interponerse entre nosotros.

(Llaman a la puerta)

GALLO: ¡Pardiez!

CULDINA: ¿Quién llama?

ARCHIDUQUE: Soy tu Archiduque.

CULDINA: ¿No estabais haciendo la guerra, querido?

ARCHIDUQUE: He estado en el frente, es un sitio peligroso y muy húmedo. Prefiero estar con vos, los soldados son muy rudos. Abridme.

CULDINA: (A Gallo) Si el Archiduque te sorprende conmigo estás perdido. Rápido, ponte ese vestido mío, en la oscuridad te confundirá con una de mis doncellas.

(Gallo comienza a ponerse el vestido, y vuelve a sonar la puerta)

ARCHIDUQUE: ¡Abre, te digo!

CULDINA: ¡Voy, mi amor, me estoy vistiendo! (A Gallo) Apúrate.

GALLO: Listo.

(Culdina abre la puerta y entra el Archiduque)

ARCHIDUQUE: Ah, veo que no estás sola.

CULDINA: Es Brunilda, mi doncella.

ARCHIDUQUE: No es manca esta Brunilda. Cosa fina. Os tomaré a las dos.

(Se aproxima a Gallo quitándose el cinto)

GALLO: ¡Alto ahí, archiduque!

ARCHIDUQUE: ¡El joven extranjero! ¡A mí la guardia! (Entran dos guardias armados con lanzas) Prendedlo.

(Los guardias prenden a Gallo. Entra la Reina en camisón, con un candil y fumando)

REINA: ¿A que viene todo ese ruido? ¡Pero Gallo!

ARCHIDUQUE: Lo encontré con mi prometida.

REINA: ¿Y bien, Parafina?

CULDINA: Vino disfrazado, alteza, lo confundí con mi doncella. Con ese ardid pretendía penetrar en mi alcoba y atropellar mi virtud. De no ser por el Archiduque habría conseguido sus turbios propósitos.

REINA: Eres un rufián consumado, ¿qué tiene de malo mi lecho?, dime.

CULDINA: Es un espía del Deán, majestad. Me lo ha confesado.

ARCHIDUQUE: ¡Traición, apostasía!

REINA: Calle de una vez Archiduque. Parafina, esa acusación es muy grave, ¿puede demostrarla?

CULDINA: Claro que puedo, regístrenlo.

(Los guardas registran a Gallo y extraen de su vestido una llave inglesa)

REINA: ¡Cuadraditos, circulitos y triangulitos! Pretendía vender nuestros secretos al enemigo, al pérfido Deán. Qué villanía, ¡al calabozo con él! (A Gallo) Pudiendo elegir el trono, has preferido las mazmorras. No volverás a ver la luz del día.

(Los guardias se llevan a Gallo, y Culdina le propina una patada)

GALLO: ¡Piedad, favor!



ESCENA 3
Las mazmorras. El verdugo, dos guardias, Gallo y Papá. Dos lanzas y unas cadenas.

(El verdugo está en las mazmorras. Entran los guardias conduciendo a Gallo que sigue vestido de mujer)

GALLO: Hola, señor verdugo.

VERDUGO: No puedo creer mi suerte. (Acaricia el pelo a Gallo)  ¿Te suena de algo la palabra sodomía?

GALLO: No mucho.

VERDUGO: Ahora te explico el concepto, pero antes me pondré guapo. Tenemos todo el tiempo del mundo. ¡Encadenadlo!

(Sale el verdugo. Los guardias encadenan a Gallo y luego salen. La celda queda a oscuras y aparece Papá)

PAPÁ: Hola Gallo.

GALLO: Hola padre.

PAPÁ: Las cosas no han salido como tu esperabas, ¿verdad?

GALLO: Así es padre, todo me ha salido mal. A decir verdad, su consejo de venir a Moldavia tampoco ayudó mucho.

PAPÁ: Lo siento, Gallo, como espectro soy un fracaso. Igual que cuando vivía.

GALLO: No tiene importancia, siempre ha sido un buen padre.

PAPÁ: Gracias, Gallo.

GALLO: ¿Qué será de Culdina sin mí?

PAPÁ: Me parece que sola se las apaña muy bien. Se las ingenió para burlaros a todos. Ella fue quien robó al Deán y también al Archiduque. Mejor preocúpate por ese verdugo. Aquí viene, he de marcharme. (Hace una pausa) Esta es la última vez, Gallo, no volveremos a vernos.

GALLO: Papá.

PAPÁ: ¿Si?

GALLO: Te echaré de menos.

PAPÁ: Yo también, hijo.

(Se funden en un abrazo y cae el telón)

La merienda del circulito 2

LA MERIENDA DEL CIRCULITO
Acto Segundo: La Agencia.


ESCENA 1
Una estancia de la agencia. Alfonso, Gallo y una señora. Una guitarra, una bandeja con merienda y una llave inglesa.

(Alfonso está tocando una guitarra totalmente desafinada, Gallo está a su lado)

GALLO: Esa melodía que tañes está llena de tristeza. Tu pequeño clavicémbalo me habla de cosas muy queridas.

ALFONSO: Ya vuelves con la misma canción.

GALLO: Tres días y tres noches en esta fría estancia y aún no la he visto.

ALFONSO: Esa dama de la que hablas, ¿qué clase de hembra es? A mí me agradan esas mujeres recias, de las del tobillo gordo.

GALLO: Su rostro está dotado de cierta belleza melancólica. Su cuerpo es un enigma. La piel tan fina que puedes ver las cosas que ocurren dentro de ella.

ALFONSO: Pues qué asco.

GALLO: Y qué dulzura.

ALFONSO: Debes olvidarla, Gallo. Olvídalo todo, eso se te da bien.

GALLO: No puedo. Añoro a mi padre. También a las gemelas y su atroz manera de quererme. Ya nadie me trae dulces a la cama. Mi único solaz es tu música... y tu amistad, mi buen Alfonso.

(Gallo se echa a llorar. Entra una señora con una bandeja)

SEÑORA: ¿Qué le pasa?

ALFONSO: Sus células están estropeadas.

SEÑORA: Pues a mí me parece un mozo barbilindo y de lo más aparente. (A Gallo) ¡Eres muy fino!

GALLO: ¿Diga?

SEÑORA: ¡Eres muy fino!

ALFONSO: Déjalo, está enamorado.

SEÑORA: Qué pena, me van los hombres decrépitos... Le comunico, señor Gallo, que el alto Deán y su consejo se hallan reunidos en la sala de juntas. Deberá usted comparecer ante ellos a las siete en punto.

GALLO: (Mirando el reloj) Si ya son las siete.

ALFONSO: No te preocupes, aquí siempre son las siete.

SEÑORA: Bueno, les dejo la merienda. (Deposita una llave inglesa y se retira)

GALLO: Dime Alfonso, ¿quién es ese Deán del que hablaba la señora?

ALFONSO: Es un iluminado, el hombre que controla la Agencia con puño férrico. Su ejército de funcionarios híbridos siembra el terror por doquier. Nunca lo hemos visto pero todos lo temen. Guárdate de él, Gallo, dicen que es taimado.

(Sale Gallo, Alfonso sigue tocando)



ESCENA 2
La sala de juntas. El Deán, dos funcionarios híbridos y Gallo.

(Entra el Deán y se sienta entre los funcionarios, Gallo está de pie ante ellos)

FUNCIONARIO 1: El Excelentísimo Deán toma la palabra.

DEÁN: Señores funcionarios, Dios es Providente.

FUNCIONARIO 2: Sí, muy Providente.

FUNCIONARIO 1: Mucho.

DEÁN: Señor Gallo, tenemos en nuestro poder un informe detallado sobre sus actividades. (Se pone unas gafas y lee de unos papeles) ¡Caramba! Pigricia, suicidio celular, hidropesía... Aquí pone que usted no tiene nada de talento.

GALLO: Así es.

FUNCIONARIO 2: Es el hombre que buscamos, señor Deán.

DEÁN: Dios es providente y nos ha enviado a un hombre de su valía. Verá, hace un año, por estas fechas, nuestra organización sufrió un serio revés...

FUNCIONARIO 1: Fue un duro golpe para todos.

DEÁN: Ese día fueron sustraídos de mi cámara privada ciertos documentos...

GALLO: ¿Qué clase de documentos?

FUNCIONARIO 2: Documentos de la mayor importancia para la organización.

DEÁN: Circulitos, triangulitos,...

FUNCIONARIO 1: Cierto, triangulitos y circulitos. Y cuadraditos.

DEÁN: Tenemos motivos para pensar que dichos documentos se hallan en poder del enemigo, lo que supone una seria amenaza para nuestra seguridad.

FUNCIONARIO 2: Debe recuperarlos al precio que sea.

DEÁN: Viajará usted a Moldavia y, una vez allí, se infiltrará entre las huestes del Archiduque con el fin de recuperar los documentos. Lo más seguro es que usted muera.

GALLO: Yo no iré a ninguna parte.

DEÁN: ¿Cómo?

FUNCIONARIO 1: ¡Desacato, traición!

FUNCIONARIO 2: ¡Apostasía!

DEÁN: No quiere ir, ¿qué se lo impide, joven?

GALLO: Hice una promesa de amor.

FUNCIONARIO 1: Es más necio de lo que suponíamos, el informe no exagera.

GALLO: Hace días que no veo a mi Culdina. Sin ella mi corazón se marchita. Y otra cosa, el compañero que me han asignado es un pésimo músico.

DEÁN: Enviaré un sicario para que acabe con él.

GALLO: Pero no iré a Moldavia, echo de menos a papá y a mis hermanitas.

FUNCIONARIO 2: Nada se resiste al Deán, él lo puede todo, por algo es el señor de la hibridación. Usted irá a Moldavia.

FUNCIONARIO 1: Acepte la misión o renuncie a su vida.

DEÁN: Señores funcionarios, no podemos torcer el destino. El amor está por encima de los intereses de esta organización y debe prevalecer. Puede retirarse, joven. Le deseo mucha suerte.



ESCENA 3
Una estancia de la agencia. Alfonso, Culdina, Gallo y Papá. Una guitarra y una bolsa con monedas.

(Alfonso toca la guitarra desafinada, mientras recita unos versos. A su lado Culdina le mira ensimismada)

ALFONSO:
Encontré tu fermosura
Removiendo en la basura.
La-larí, lará, lirá
Pronto serás mi esposa,
Mujer estropajosa.
Lará, lorí
Ahora viene el estribillo,
Mujer de gordos tobillos...
La-lará, larí, lará

CULDINA: Tus versos me han embriagado.

ALFONSO: ¿De veras me encuentras atractivo?

CULDINA: Antes de que acabe el día me he de entregar a vos.

ALFONSO: ¡Sea!

CULDINA: Vamos juntos.

ALFONSO: Traicionar a un amigo resulta estimulante. ¡Chitón!, aquí llega.

(Entra Gallo)

GALLO: ¡Culdina!

CULDINA: Hola Gallo.

GALLO: Has venido, prenda mía. Se acabaron mis tribulaciones.

CULDINA: Ahora soy de Alfonso.

GALLO: ¿De Alfonso dices?. Pero... ¿y nuestro amor?

CULDINA: Nuestro amor es un mojón. Me voy con él.

GALLO: Y yo me quedo solo...

CULDINA: (Se acerca a Gallo) Gallo.

GALLO: ¿Vuelves a mi lado?

CULDINA: Alfonso y yo necesitamos dinerito para consumar nuestro amor. El amor no resulta barato, ¿sabes? ¿De cuanto dispones?

GALLO: (Saca la bolsa y extrae unas monedas) Veinte ducados, es todo mi caudal.

CULDINA: (Toma las monedas) Con estas monedas se compra la lealtad de un amigo, el amor de una madre, la comprensión de una esposa o el ardor de un amante. Vamos Alfonso.

ALFONSO: Adiós Gallo.

GALLO: Adiós amigo, da recuerdos.

(Salen Culdina y Alfonso)

GALLO: Cuánta dicha en esta hora, cuánto júbilo. El momento que tanto esperaba finalmente ha llegado. Abandonado, desdeñado, relegado... Papá se sentiría orgulloso de mí.

(La luz se apaga)

PAPÁ: ¡Uuuuu, uuuuu!

GALLO: ¿Qué es esto?, ¿qué ocurre ahora?, ¿qué nuevos portentos me reserva aún la noche?

PAPÁ: ¡Gaaaallor, Gaaaallor!

GALLO: Algo surge de las sombras. ¿Quién va?

PAPÁ: (Surgiendo de las sombras) Soy yo.

GALLO: ¿Papá?, ¿eres tú?

PAPÁ: Yo mesmo.

GALLO: ¿Pero qué hace usted aquí?

PAPÁ: Tú me has invocado.

GALLO: Tiene mala color, ¿van bien las cosas por casa?

PAPÁ: Me he muerto.

GALLO: No debí dejarlo solo. Las gemelas lo mataron.

PAPÁ: Están en una edad muy difícil.

GALLO: Necesitan una madre.

PAPÁ: Ahora soy un espectro y te observo a través de las tinieblas. Hace un momento he presenciado cómo te traicionaban.

GALLO: Ha sido hermoso.

PAPÁ: Una obra de arte, se han llevado tu dinerito. He disfrutado mucho. Aunque he de confesarte que desde que estoy muerto veo las cosas de un modo más desapasionado.

GALLO: ¿Qué debo hacer ahora, padre? Me he quedado solo y estoy sin blanca.

PAPÁ: (Con tono de misterio) Acepta la misión que te ha sido encomendada. Dirígete a Moldavia. Allí encontrarás tu destino. Las fuerzas telúricas te guían, te conducen a Moldavia, a Moldavia, a Mooooldaaaviaaa. (Desaparece en la oscuridad)



La merienda del circulito 1

LA MERIENDA DEL CIRCULITO
Acto Primero: La casa de Papá.


ESCENA 1
El salón. Las gemelas, Culdina y Papá. Una llave inglesa y un paquete.

(Las gemelas entran en el salón, seguidas de Culdina)

GEMELA 1: Pasa, Culdina, te enseñaré la foto de un novio mío. Mira. (Le enseña a Culdina una llave inglesa)

CULDINA: Muy fino.

GEMELA 2: Es tan apuesto.

CULDINA: ¿No hay nadie en casa?

GEMELA 1: Sólo mi hermano Gallo. Nunca sale de la cama.

GEMELA 2: Yo le odio.

CULDINA: He oído que está enfermo.

GEMELA 1: No le pasa nada.

GEMELA 2: No es más que pereza.

GEMELA 1: Un día de estos le daremos su merecido.

(Entra Papá, que trae un paquete)

PAPÁ: Hola niñas, vengo de trabajar.

GEMELA 2: ¡Cierra la boca!

PAPÁ: ¿Quién es esta niña tan guapa?

CULDINA: Me llamo Culdina.

GEMELA 1: No le hagas caso, es nuestro perrito.

GEMELA 2: ¡Ladra, perrito!

(Las gemelas le propinan patadas)

PAPÁ: ¡Guau, guau! Sois mi amor. ¡Guau, guau! Qué dulzura, me recordáis tanto a vuestra madre.

GEMELA 1: ¡Siéntate!
(Papá se sienta)

GEMELA 2: ¡La patita!
(Papá levanta un brazo)

PAPÁ: ¿Dónde está vuestro hermano? He de verle.

GEMELA 1: ¿Y dónde habría de estar, sino en su cama? Ese haragán tendría que estar en la lonja o en la almadraba, con los otros mozos, ganando el pan que ahora nos falta.

PAPÁ: Soy con él. Ea niñas, seguid jugando con vuestra amiguita.

CULDINA: Encantada de conocerlo, señor.

(Sale Papá cojeando)



ESCENA 2
El dormitorio de Gallo. Gallo, Papá, las gemelas y Culdina. Un paquete y una llave inglesa.

(Gallo está acostado en una cama. Entra Papá)

PAPÁ: Buenas tardes, Gallo, ¿has dormido bien?

GALLO: Estaba aquí tumbado y me he quedado traspuesto.

PAPÁ: ¿Has soñado?

GALLO: Creo que sí. Era una especie de sueño rimado.

PAPÁ: Ah, uno de esos sueños en verso tan comunes en nuestra familia. Desde que se fue tu madre no he vuelto a tenerlos.

GALLO: La echo tanto de menos...

PAPÁ: Era una gran mujer. Algún día tú también conocerás a alguien especial, hijo, una hermosa doncella que te haga mucho daño y luego te abandone.

GALLO: Eso me haría tan feliz...

PAPÁ: (Sacando el paquete) Toma, he pasado por la pastelería y te he comprado un dulce de hidromiel.

GALLO: Muchas gracias, padre ¿Ha conseguido algo de dinero?

PAPÁ: Nada de nada. A ti no puedo engañarte, soy un fracaso. He gastado en el dulce las últimas monedas que me quedaban.

GALLO: No importa, padre. Usted tiene un gran corazón putrefacto.

(Se abrazan y Papá sale del dormitorio. Gallo comienza a abrir el paquete cuando entran las gemelas y Culdina)

GALLO: Hola niñas, ¿cómo están?

GEMELA 1: Lo que sospechaba: el viejo le ha traído comida.

GEMELA 2: Pero si es un dulce de hidromiel ¡Arrebatémoselo!

(Las gemelas se lanzan a por el dulce y comienzan a golpear a Gallo)

GEMELA 1: No creas que tu falta de valor para defender lo que no es tuyo te ha de librar de nuestra cólera. ¡Toma, toma!

GALLO: Podéis darme más empellones, por este lado casi no me habéis pegado. ¡Ay, ay!

GEMELA 2: No vayas a pensar que el hambre nos espolea, después de comernos el dulce te golpearemos el doble. ¡Dale, dale!

GALLO: ¡Ay, ay!

CULDINA: Creo que se le ha descolgado una oreja.

GEMELA 1: Pues eso no, que ha de seguir escuchando nuestros insultos.

(Las gemelas salen comiéndose el dulce)

CULDINA: ¿Cómo se encuentra?

GALLO: Un poco maltrecho, me dieron de plano. Qué amor más atroz.

CULDINA: (Se agacha para recoger algo) Aquí tiene su oreja.

(Culdina le entrega a Gallo una llave inglesa)

GALLO: Gracias, he debido perderla en el fragor de la batalla. Sólo lamento el tiempo que pierdo en estas refriegas, soy un hombre muy ocupado, ¿sabes?

CULDINA: ¿A qué se dedica usted?

GALLO: Fabrico mundos oníricos y luego, al despertarme, los olvido. Inventor de sueños y portentos.

CULDINA: Qué interesante.

GALLO: Es una labor muy ardua, no creas.

CULDINA: (Pensativa, tras una pausa) Me llamo Culdina.

GALLO: Pareces pensativa Culdina, yo soy Gallo. (Se estrechan la mano) ¿Qué clase de niña eres tú?, ¿no golpeas a los hombres?

CULDINA: No soy una niña, voy disfrazada. Trabajo para la Agencia.

GALLO: ¿La Agencia?

CULDINA: No tenemos mucho tiempo, cuando terminen el bollo sus hermanas vendrán a matarlo.

GALLO: Es muy probable.

CULDINA: Usted nos ha causado una impresión muy favorable, señor Gallo, me han enviado para redactar un informe.

GALLO: ¿Sobre mí?

CULDINA: Homicidio celular, ausencia de talento, pigricia... creo que me estoy enamorando.

GALLO: ¿Es posible?

CULDINA: Y usted, ¿me quiere a mí?

GALLO: Mucho, me encantaría merendar contigo.

CULDINA: No hay tiempo para eso, he venido a llevármelo. Únase a nosotros, nuestra noble causa necesita de personas como usted.

GALLO: Iré contigo, Culdina, es mi destino. Beberemos en la copa del amor hasta saciarnos. ¡Juntemos nuestros labios!

(Se dan un beso aéreo: poniendo morritos y sin llegar a tocarse)

CULDINA: Muac.

GALLO: Muac.

CULDINA: Conservaré siempre en mi boca el sabor de tus labios tumefactos, mas apúrate, una amenaza se cierne sobre nuestra dicha. (Se escucha golpear la puerta) Tus hermanas, ¡huyamos!