martes, 19 de febrero de 2019

Debusismos bartoquianos

La Sonata para flauta, viola y arpa de Claude Debussy es, al menos para mí, la cumbre suprema de la música universal. Durante años asigné a Debussy todas las virtudes presumibles en el autor de una obra tan sublime: sensibilidad extrema, bondad, pureza de espíritu, santidad... Y durante algunos más evité deliberadamente indagar sobre la vida y milagros del genio francés para impedir que la imagen que me había formado de él quedara contaminada por la realidad. Más me hubiera valido continuar con esta sana costumbre, pues a menudo, nuestros héroes apenas resisten ese tipo de pruebas.

Y es que poco a poco, casi sin querer, me fueron llegando retazos de su verdadera personalidad. Claude Debussy era célebre por su mal genio, peor humor, carácter altivo, modales despóticos, o por su acusado elitismo... A menudo, menospreciaba, o directamente ridiculizaba la obra de sus colegas y predecesores. De Beethoven dijo: “antes que escuchar la Pastoral, prefiero ir a pasear al campo”. De Massenet: “es el compositor preferido de las costureras”. De Wagner: “¡ver vikingos con cuernos, pieles y lanzas vociferar en escena seis horas!”. De Saint-Saëns: “es el nombre mismo del sentimentalismo barato”. De Liszt: “un falso genio”. En otra persona estos aires de misántropo grandilocuente resultarían imperdonables, pero Claude Debussy había revolucionado el lenguaje musical, dejando atrás las formas acartonadas de su época. Su música fluye como un magma sonoro donde el color y los matices emocionales se imponen a la estructura.

La mayoría de los artistas aspiran a ser universales y llegar a un público lo más amplio posible. Debussy es una rara excepción: llegó a proponer a sus colegas que sólo se permitiera acceder a las salas de concierto a melómanos expertos que pudieran acreditar sus conocimientos musicales. Es como si temiera que un público vulgar pudiera malograr su obra. Huelga decir que nadie secundó esta propuesta.

El músico húngaro Bela Bartok es otro de mis héroes legendarios. Su sexto cuarteto de cuerdas representa para mí otra de las cumbres de la música universal. El libro "Historias de la Historia de la Música" de Lawrence Lindt recoge un curioso episodio que vincula a ambos genios. Cuando el joven Bartoc concluyó sus estudios consiguió una beca que le permitió visitar París. Allí le ofrecieron la posibilidad de conocer a Saint-Saëns. Pero Bartok la rechazó, sólo estaba interesado en conocer a Claude Debussy. Todos se lo desaconsejaron por el temido mal carácter del compositor francés. Cuando Bartok insistió le preguntaron "¿acaso desea usted ser insultado por Debussy?" Bartok se limitó a responder con un lacónico "Sí".

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