miércoles, 19 de septiembre de 2018

Animalillos melancólicos


El wombat es un marsupial que posee el aspecto de un oso diminuto o de un roedor gigante. Aunque es capaz de moverse con rapidez, tiene cierta tendencia a la molicie, el recogimiento y la lentitud. Las crías de wombat se resisten a abandonar el marsupio o la madriguera, consideran con gran acierto que el mundo exterior es un lugar hostil, y tienen la sana costumbre de ingerir los excrementos de sus madres para mejorar su flora intestinal. Estas criaturas nunca tienen prisa, tardan catorce días en digerir los alimentos, tras los cuales producen unos curiosos excrementos en forma de cubo, algo insólito en el reino animal. Las heces cúbicas tienen la ventaja de no rodar, lo que permite a los wombats colocarlas sobre las piedras y las ramas para marcar sus itinerarios olfativos. Como los célebres huevos cúbicos apilables que desencadenan una epidemia totalitaria en “Los Cabecicubos”, la distópica historieta de Superlópez. El wombat es un peluche melancólico de costuras invisibles, un cubista escatológico, esquivo y crepuscular.




El pangolín es el único mamífero que tiene el cuerpo cubierto de escamas. Posee una lengua extremadamente larga que surge de la pelvis y le permite alimentarse de hormigas y termitas. Las escamas de queratina le confieren un aspecto a medio camino entre un dinosaurio y una alcachofa (aunque las hembras se parecen más a una piña con pechos). Este animal tiene la costumbre de trasladarse sobre dos patas y cuando duerme o se siente amenazado se enrolla sobre sí mismo como una cochinilla, formando una especie de espiral acorazada. Para defenderse utiliza sus escamas de bordes afilados y una glándula situada en la zona posterior del cuerpo que produce fragancias pestilentes. Los caminos de la evolución son inescrutables y de vez en cuando conducen a marcianillos entrañables como nuestro amigo el pangolín.



Gunter, el mayordomo del Rey Hielo

Cierto explorador de la Antártida dijo en una ocasión: “En términos generales no creo que haya nadie en la Tierra que lo pase peor que un pingüino emperador”.

Estos animalillos recorren alrededor de cien kilómetros por tierra a paso de tortuga para alcanzar sus lugares de cría en la Antártida y, al contrario que otras especies, eligen lo más crudo del invierno para reproducirse. Mientras otros animales circulan por las cómodas autopistas evolutivas, el pingüino emperador prefiere las carreteras comarcales y los caminos de cabras de la naturaleza.

Estos pingüinos son estrictamente monógamos. Aunque en las colonias de cría se reúnen miles de individuos y las posibilidades de promiscuidad sexual y desenfreno son infinitas, nuestros héroes se mantienen fieles a sus parejas de por vida. La hembra pone un único huevo que confía al macho mientras ella vuelve al océano en busca de alimento. Durante los dos meses que están ausentes las madres, los machos deben cuidar primero el huevo y luego el polluelo sin disponer de alimento y soportando temperaturas de hasta 50ºC bajo cero. Para poder sobrevivir y mantener los huevos calientes durante el invierno ártico (su temperatura corporal es de 39ºC) se apretujan formando grupos compactos y se turnan para ocupar las zonas del centro y el exterior.

Los machos del emperador son padres abnegados que mantienen a sus polluelos protegidos en todo momento entre el plumaje de sus patas. Este instinto de protección es tan fuerte que en ocasiones, cuando un padre pierde un huevo o un polluelo, lo sustituye por una bola de nieve que sigue cuidando como si se tratara de su verdadero hijo.

Cuando, finalmente, las hembras vuelven del océano con el estómago lleno de peces, los machos están al borde de la inanición y la hipotermia. Cada oveja busca a su pareja pero si el polluelo no ha sobrevivido la hembra ignorará a su macho y elegirá a otro compañero. Es frecuente ver a los machos abandonados, desolados por la pérdida del hijo e incapaces de comprender el rechazo, siguiendo por todas partes a su expareja mientras ella busca un candidato más apto para su progenie.

Todo mi respeto para este admirable animalillo de andares charlotescos, melancólico morador del lugar más bello e inhóspito del planeta, payaso trágico y héroe legendario del frío y la tristeza.

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