domingo, 25 de noviembre de 2018

Se busca abuelo

Aunque la mayoría de los mamíferos nos parecen inofensivos, en casi la mitad de las especies de esta familia se han observado ataques letales entre congéneres. Dentro de los mamíferos los mayores niveles de violencia se dan entre las especies territoriales y las que viven en grupos sociales. Da la casualidad que los primates, nuestros antepasados, presentan ambos rasgos, lo que nos hace herederos de todo un legado de violencia. El asesinato, el canibalismo, la violación, la guerra o la xenofobia no son inventos humanos, ya estaban presentes en las sociedades de los primates. Quizás nuestro verdadero problema es que no hemos sabido elegir correctamente a nuestros abuelos.

Podemos empeñarnos en ser fieles pero, al final, siempre sale a relucir el mono que llevamos dentro. De hecho, la monogamia entre los mamíferos es muy infrecuente, sólo se da en el 3% de sus especies. En las sociedades de los primates, los machos dominantes forman harenes y se aparean con todas las hembras que se les ponen a tiro. Los mamíferos tienen una tendencia natural al machismo. En otras familias de animales, como las aves, el cuidado de las crías se reparte entre machos y hembras. En los mamíferos estas tareas recaen sobre todo en la madre, pues es la única que puede amamantar. Qué distintos seríamos si descendiéramos del noble pingüino, que se empareja de por vida y consagra su tiempo, en especial los machos, al cuidado de las crías.

Los primates son los mayores tramposos del reino animal, han descubierto el poder de la mentira y se sirven de ella para obtener ventajas y manipular a sus congéneres. Cuando los monos capuchinos consiguen algún alimento especialmente codiciado, los miembros del grupo comen en orden de jerarquía, los más poderosos primero. Ante el temor de quedarse sin comer, algunos prefieren no esperar su turno. Lanzan un grito de alerta para avisar del ataque de un depredador, los demás monos huyen para refugiarse y el mentiroso se come el botín.

Entre los chimpancés, nuestros antepasados más cercanos, también es habitual ocultar la verdad. Al igual que muchos sapiens practican la impostura en las redes sociales y sólo muestran los aspectos positivos de sus vidas, los chimpancés dominantes ocultan sus heridas y debilidades. Por ejemplo, aquellos que tienen los dientes desgastados, un signo de decadencia, los muestran menos y no gruñen tanto. Los sapiens hemos corregido y aumentado estas estrategias de nuestros abuelos hasta el infinito. La mentira, la manipulación de la información y la estafa no son creaciones humanas pero están omnipresentes en nuestras sociedades. La propaganda política, el marketing y la publicidad son expresiones de ello. Decir siempre la verdad es un comportamiento intolerable que sólo conduce al aislamiento. La mentira se ha convertido en un lubricante social que nos permite relacionarnos sin demasiadas fricciones.

Los chimpancés son animales shakespearianos. En ocasiones, los líderes de la manada emplean métodos despóticos para ejercer el poder mientras algunos miembros organizan conspiraciones para derrocarlos. La lucha por el poder, los conflictos y las tensiones a menudo degeneran en violencia ciega. Puestos a elegir un primate, mejor haber descendido de los bonobos, que solucionan las tensiones y los conflictos practicando sexo democrático, todos con todos.

Los chimpancés pasan parte de su tiempo jugando incluso cuando son adultos y, además, se entretienen observando jugar a otros. Los que demuestran mayor pericia en el juego son más respetados y agasajados. En otras palabras, han inventado el deporte. Además, son aficionados al onanismo y al consumo de plantas con principios psicoactivos. Han aprendido a activar sus circuitos de recompensa mediante la estimulación sexual y las drogas. No son esos simpáticos personajillos que solían aparecer disfrazados con atuendos humanos en los subproductos de la cultura pop de los ochenta sino unos abuelos bastante siniestros.

Si nuestros antepasados hubieran sido neardentales quizás nuestras sociedades serían más pacíficas y armoniosas. El Homo neardenthalensis era una especie humana que vivió en Eurasia hasta hace unos 30.000 años. Su aspecto era más rudo que el nuestro, siempre se le ha considerado una especie de primo tonto del Homo sapiens, hasta que recientemente se han descubierto algunas pruebas de su avanzada inteligencia. Los vestigios encontrados en sus antiguos asentamientos demuestran que eran seres altruistas que cuidaban de los individuos débiles o enfermos. Los neardentales se extinguieron cuando los sapiens llegaron a sus territorios, en teoría porque éstos, gracias a su inteligencia, tenían mayor capacidad de adaptación. Pero lo más probable es que los neardentales se extinguieran porque eran mejores personas, más generosas y menos violentas que los sapiens.

Quizás con otros abuelos las cosas habrían sido distintas:


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